jueves, 8 de abril de 2010

La Teta de Valeria

Valeria era hermosa. Blanca, de cabello ensortijado castaño rojizo, con un aire escandinavo. Tenía una carita angelical y sonrisa provocadora, una mezcla entre Nataniel Sánchez y la Jibaja. Alta, sus piernas largas y contorneadas sostenían un trasero espectacular. Si algún defecto tenía eran sus senos pequeñitos, parecían dos semillas que valientes se ha abrían paso y emergían entre la piel.

Benavente, soltero, lujurioso y con necesidades urgentes, había fracasado muchas veces en cautivar los encantos de Valeria. Sin embargo un día, solo, en su más miserable orfandad de valores, urdió un plan: si las tetas eran lo único que separaba a Valeria de la perfección entonces Él tenia que ser puente.

Al día siguiente se encontró con ella y encandilado, empezó una vez más a seducirla, pero sentía que no podía cautivarla lo suficiente. Entonces sin más, le dijo que tenía un amigo que era cirujano plástico y que el podía conversar para que ayudaran a sus incipientes pechos explotaran y dieran paso por fin a la figura perfecta que ella merecía.

Valeria incrédula le pidió escuchar la conversación con el doctor. Llamó a Cocoa, que no es doctor ni en medicina del alma, y le preguntó si podía atender a su amiga Valeria. Cocoa con voz de galeno, dijo que sí y tratándose de un amigo del colegio, le hacía un descuento muy bueno.

La alegría de Valeria al escuchar la conversación se apagó, se volvió tristeza, y de la sonrisa pasó a la mueca. “No tengo dinero para pagar una operación” le dijo, Benavente de inmediato replicó: “Bueno somos amigos y no tengo como ayudarte, pero si fuéramos algo más, yo creo que me animo”. Valeria puso reparos, pero al segundo pisco Sour, esos letales de La Calesa, entendió que no solo podía conseguir la figura soñada, sino que era la única forma de salir caminando de esta situación.

Valeria no recordaba más, amaneció en un Hostal de Lince con un terrible dolor de cabeza, pero aliviada de inmediato al ver a Benavente a su lado, pensó cómo no había visto antes con interés a este moderno Casanova, interesado no solo en su belleza interna, sino también en la externa. ¡Las tetas perfectas!, ¡su sueño hecho realidad!

Quedaron verse después para conversar sobre los detalles, pero Benavente la convenció que se mudara a su casa. Allá vivieron cuatro meses, y Benavente seguía aprovechando la desidia, y la más arraigada costumbre limeña: la mecida. Un día, Valeria ya no pudo más, le dijo que si hoy mismo no visitaban al doctor, ella se iba a su casa, no le importaba si era el Dr. Cocoa o el mismísimo doctor Álvarez, muy famoso en ese tiempo por sus intervenciones a veces no muy quirúrgicas.

Fueron al médico, la operación costaba cinco mil soles, solo tenía la mitad así que le dijo al doctor que firmaba una letra que le pagaría en 30 y 60 días, el doctor no aceptó, pero le dijo que ya se le ocurriría una solución.

Programaron la operación, y cumplieron al pie de la letra todas las indicaciones del doctor. Iban camino al consultorio y Valeria venía en el taxi echada en el pecho de Benavente, haciéndole caricias con la mano derecha. Benavente no tuvo el valor de conversar con ella.

Terminó la operación y Benavente fue a preguntar por el resultado, el doctor le respondió que todo había salido bien. “¿De verdad doctor? Gracias!!!” le dijo emocionado. “Entonces, firmo la letra?” preguntó. “No es necesario, ya verás, te dije que lo solucionaría como quedamos”.

A Valeria la pasaron a sala de recuperación, ella sintió que algo estaba mal, había una ligera diferencia entre sus pechos, sin embargo le resto importancia.

Una vez en la habitación, pidió a Benavente que le quitara la venda, él le dijo que no, que mejor esperen al doctor. “No seas tonto replicó, me la quisieron quitar adentro pero le pedí a la enfermera que no, quiero que seas el primero en verlas, quiero compartir este momento tan especial solo contigo, con mi héroe, sin doctores de por medio”.

Benavente se sonrojo. “Mi amor..” le dijo “..no te arroches esto es solo para tí, ven para que empieces a disfrutarlo, primero mirando y cuando diga el doctor, tocando”. Benavente no se pudo resistir, se acercó lentamente, le dijo nuevamente que mejor hablaran con el doctor, pero ella estaba decidida. Le tomó la mano y la puso en su pecho. Benavente sintió un bulto al lado derecho, duro como una naranja, lentamente pasó hacia al lado izquierdo y sintió un vacío. Sintió como el Misti se convertía en el Cañón del Colca. Había una diferencia tan grande, que no entendía como ella no se había dado cuenta.

Valeria se acercó al oído y le dijo: “Quítame la venda”, de inmediato el terror se apoderó de él, y empezó a temblar. Ella despistada lo animó: “no tengas miedo, no es para tanto”. Benavente, soltó la venda, vuelta a vuelta, a punto de terminar, cerró los ojos. De pronto la clínica fue traspasada por un grito de horror, seguido por un llanto desconsolado. Trueno seguido por el diluvio universal. Histérica botó a Benavente de la habitación, y pidió de inmediato la presencia del doctor.

Fue la última vez que vio a Valeria. Ella ni siquiera fue a recoger sus cosas sino que envió a una prima, quien miró a Benavente como se mirara a un mounstro, sin sentimientos. Él, le entregó una nota que decía así.


“Amada Valeria:

No me alcanzó la plata. El doctor me dijo que lo solucionaría y que haría la operación en dos partes, pero no me explicó que primero operaría la teta derecha y después la teta izquierda.

Siempre tuyo.

Benavente.”

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